sábado, 21 de febrero de 2015

CALLES XIII. Tercera parte.

Poco que comentar a la continuación de esta entrada, todo está muy calentito entro ayer en mi correo, solo una pequeña introducción con estas cuatro fotos de los últimos arreglos del parque para continuar con algo muy interesante, uno escrito de mi gran amigo Luis Manuel Marín García.
Hace ya mucho tiempo que le he dicho en más de una ocasión que tiene una pluma exquisita, y no contesta o se ríe, al leer esta entrada lo podréis comprobar,  creo que merece la pena leer y aunque esta muy atareado, cuando le propuse la idea no dudo en decirme que si pero que no se comprometía en tiempo yo diría que ha sacado el tiempo de entre las piedras y aquí lo tenemos, lo bonito que tiene esto es que miras el correo y tienes algo, hoy solo me queda dar la gracias a todos y continuar haciendo.



Aquí podemos ver los alrededores de la fuente.


No conocía ni esta salida ni la palmera y por lo que veo en esta foto los asientos dejaron de ser de piedra, para pasar a madera.


Mis recuerdos de este lugar, son de aquellos bancos de piedra y suelo de arena amarilla.


Según me comentaron ayer, estas son los últimos arreglos del parque.


Mirador, antes de la reforma en la primavera 2013.



VACÍOS (Por Luismarín)


Vacíos, si, vacíos: así se han quedado estos bancos enclavados en ese hermoso mirador del final de nuestro Parque. Sin embargo, apenas hace dos años, en las mañanas soleadas y primaverales de aquellos días, esos mismos bancos estaban llenos de “presencias” y voces qué contaban historias o vivencias personales, eran las voces de los que fueron mis “contertulios” durante un par de meses del ya lejano 2013. Fue casi lo mejor de lo que me pasó en aquella larga estancia en Jimena que duró tres meses: febrero, marzo y abril. Fueron tres meses de un lento transcurrir, fue el tiempo la convalecencia que padecí, ¿o disfruté?, a causa de mi operación del famoso “Aquiles”. Regresé curado y con docenas de amigos que me llevaban veinte o treinta años y, quizás, por esa diferencia de edad  nunca había hablado con ellos en toda mi vida.

La palabra vacío viene del término latino “Vacivus”. El vacío puede ser entendido como la falta de contenido físico o mental. Igualmente, esta acepción puede referirse a la ausencia total de materia o a la carencia de contenido en el interior de un recipiente. El vacío también es un sentimiento humano que se caracteriza por la apatía, la alienación o la depresión. La persona que experimenta ese vacío interno se siente sola y puede sufrir diversos tipos de desórdenes emocionales. El sentimiento de vacío suele desarrollarse a partir de la pérdida de un ser querido. Cuando fallece alguien que ocupa un lugar irreemplazable en nuestra vida, queda un hueco, un espacio vacío. En este sentido, el sentimiento de vacío forma parte del proceso habitual que sigue al dolor que nos invade ante la irreemplazable “ausencia”.

Este último tipo de vacío es el que todavía me sigue invadiendo cuando, en mis frecuentes viajes a Jimena, practico esas saludables “caminatas o marchas” que, casi siempre, incluyen la visita a este tranquilo mirador o atalaya que refleja la foto inicial. Desde la misma puedo deleitarme y abstraerme en la contemplación del espléndido y siempre añorado paisaje. También, tengo la alternativa de “enfrascarme” en la lectura del diario o la de cualquier libro.  Además, nunca viene mal un ligero y merecido descanso después de los varios kilómetros recorridos, algunos de ellos en empinadas cuestas. Últimamente, sobre todo en los días invernales,  lo más habitual es que la soledad sea mi más fiel compañera.

Dice un antiguo refrán castellano que “¡Ojos que no ven corazón que no siente!”, pero no obstante, e intentando superar el dolor que me producen las todavía “frescas” ausencias, sigo acudiendo al reclamo de la “panorámica” que ofrecen los dos asientos referidos. En esos instantes de sosiego y tranquilidad no dejan de acudirme a la mente y al corazón los recuerdos de aquellos momentos que ahora echo tanto de menos y que, al mismo tiempo, fueron tan provechosos gracias a mis compañeros de aquellas horas de “solaz” o recreo y que sirvieron para incrementar mi acervo cultural y anecdótico sobre nuestro pueblo. En esas rememoraciones de aquellos días van incluidas las imágenes de esas personas con las que compartí aquellas conversaciones, ya irrepetibles,  basadas principalmente en historias  y “chascarrillos” de Jimena y sus gentes.

En realidad, entre aquellos longevos jubilados y yo, realizábamos una especie de “trueque” o intercambio de conocimientos. Ellos me daban clases de una asignatura tan importante como “El Tratado sobre la Vida” y yo, por mi parte, les daba pequeñas pinceladas sobre los Palacios, Iglesias o Personajes más célebres de Baeza y Úbeda tan a mano en el cercano horizonte sobrepuesto a la orilla derecha del Guadalquivir. Tampoco se escapaba la historia del Marqués de Viana y sus relaciones de “alcahuete y mamporrero” de Don Alfonso XIII; así como la visita de este último, acompañado del Dictador Primo de Rivera al Palacio de Garciéz. Por supuesto, no dejábamos del “cotilleo” sobre la “leyenda urbana” de Don Eusebio (padre del conocido Don Andrés el Jefe de Correos o Don Andrés el de la Casería de Cánava) el Administrador de las posesiones del citado Marqués en el término de Garciéz y la “saga” de los varios pelirrojos locales, donde todos eran morenos, menos Don Eusebio, que tenía el pelo de un rojo azafranado tipo Vincent Van Gogh.

No puedo dejar de acordarme que allí estábamos sentados en el mediodía del 22 de febrero del 2013 ya señalado. Y como no, con la vista en Baeza, les conté de mi estancia, durante tres cursos, en las aulas del Instituto Santísima Trinidad, tan cercano a la Catedral que perfectamente se distingue y destaca en el perfil de la ciudad que se ve desde ese mirador.  Por supuesto que tampoco me olvidaba de hablarles sobre  Don Antonio Machado y sus años de profesor de francés en esa institución y al mismo tiempo les recordaba que,  en el año próximo (2014), se iba a conmemorar el 75 aniversario de su muerte, acaecida en el pueblecito francés de Colliure a orillas del Mediterráneo. También les recordé como esa figura, tan importante de la Literatura Española y Universal, tuvo que alojarse en una modesta Fonda o Pensión de esa pequeña localidad, que la muerte le llegó en una de las pequeñas camas instaladas en la habitación de la pensión que compartía con su madre, que su intimidad solo estaba separada por una ligera cortina colgado entre los dos estrechos y duros lechos y que su madre solo le sobrevivió tres días. Y claro, allí sentados con el sol del equinoccio de primavera por montera, no pude dejar de contarles que en el bolsillo de la chaqueta arrugada, que era de su hermano José, le encontraron un papel amarillento y arrugado dónde había escrito su último verso un tanto enigmático y solitario:

“Estos días azules / y este sol de la infancia”.

Como un pequeño a homenaje a esas personas mayores que me acompañaron durante aquellos días, a los que ya no están, simplemente los voy a citar textualmente. El orden seguido está marcado por la fecha de la tragedia que supone toda desaparición del mundo de los vivos, la enumeración va de más a menos, en razón del tiempo transcurrido desde que, ya desgraciadamente,  no pudieron volver a sentarse en esos bancos ahora vacíos: Juan “Galano”, Pedro Manuel “Chaquetilla”, Salvador “Marchamalo”, Pepe “Pabilo”, Juan Ramón “El Tato” y Juanito “Solas”.  Pensando en todos ellos, no quiero dejar de creer que es verdad lo que nos dice una vieja y no muy conocida sentencia oriental:

Morir no es desaparecer, sino al contrario, renacer en la mente de los demás”.

Repasando la foto inicial y centrándome en lo que sería la visión frontal desde cualquiera de los bancos, veo aparecer unos arbustos de tallos leñosos o resinosos cuyas hojas están formadas por otras hojuelas más pequeñas de forma “lanceolada”. El  número de ellas puede variar de cuatro a siete y en su conjunto con los tallos forman unas ramas muy suaves al tacto, suavidad debida a la presencia de un fino vello que recubre las hojitas. Esta planta puede alcanzar más de un metro de altura e incluso hasta tres en tierra con riego como les ocurre a estas plantas del Parque: este arbusto se llama “Zumaque”.

Viene a cuento su descripción porque me trae a la memoria, como anécdota curiosa, uno de los temas que se repetía día tras día en la tertulia mañanera. Creo que, no hace falta recordar, la capacidad inagotable que tienen las personas muy mayores para repetir las mismas cosas una y otra vez, como, casi todos, ya habremos comprobado personalmente.

El asunto del “Zumaque” se retomaba a diario porque, conforme iba avanzando la primavera, los arbustos iban creciendo poco a poco y cada vez era más reducida la visión de los “Cerros de Fique” y de los más famosos “Cerros de Úbeda”, con sus Ciudades Monumentales incluidas. Yo mismo, fui un par de veces al Ayuntamiento para pedir que, si era posible, podaran aquellas ramas y que no se perdiera la función esencial de ese sitio tan pintoresco: la de “Mirador”.






 (Curiosamente, entre noviembre y diciembre pasados se talaron por fin las plantas del zumaque y se embelleció el mirador con una valla construida a base de troncos circulares de madera de pino en basto y que, al mismo tiempo,  lo separa y da la seguridad de no rodar por el “laero” que baja hasta el camino de la “Romaniente”. Otra vez, salvo cuando lo impiden las nieblas que algunos días se levantan del Guadalquivir por la parte del “Puente de Mazuecos”, el horizonte aparece limpio de toda clase de obstáculos).



Cuando empezábamos a hablar del zumaque, el primero que hacía su aportación era Juanito “Solas”: nos decía que, cociendo sus hojas,  mezclándolas con nueces de ciprés y cortezas de granada, más un componente “secreto” que, sólo él conocía, fabricaba una pomada que servía para cicatrizar heridas y reducir inflamaciones. Después, era Pepe “Pabilo”: nos repetía una y otra vez, que su padre, “El Tío Pabilo”, cocía durante unos minutos un puñado de esas hojas en un litro de agua y que se tomaba cada día dos tazas cuando tenía diarreas o “cagaleras”, la desaparición de las mismas era inmediata gracias al “zumaque”. Por último, intervenía Juan Ramón “El Tato”: nos hablaba de su uso para conservar fresca la fruta que “acarreaban” y vendían en los “mercaos” de Úbeda, Baeza o Linares.  Había que cubrir bien los cajones con ramas de zumaque que, a lomos de borrico o mula, llevaban a las plazas citadas los “arrieros” como él y su hermano Alejandro o el padre de “Margarito” y otros. Nos contaba de sus viajes a pié que duraban de doce a catorce horas cuando les tocaba ir a Linares. Había que salir de Jimena de noche temprana para llegar a primeras horas de la mañana a la Plaza de Abastos e instalar sus puestos de venta al público. Todos los jimenatos, ya de una edad, conocemos la famosa recomendación para viajar de noche hasta la Ciudad Minera: “Andar y andar y Jabalquinto a la par”.

En fin, historias para una buena novela de posguerra o de los “años del hambre”, como también se conoce a esa época. Relatos increíbles de las peripecias y aventuras que padecieron estos hombres en sus viajes forzosos por toda España en busca de unos jornales que en el pueblo no tenían. Una lista interminable de las necesidades, penurias o enfermedades derivadas de una deficiente y escasa alimentación, dura y larga lista que forma parte de la vida de estas personas que, con un coraje inmensurable, desempeñando los trabajos más penosos, con esfuerzos y sudores sin fin,  fueron capaces de sacar adelante a sus mujeres e hijos. Si a algunos de estos hombres se añade la condición de “represaliado político” del franquismo con penas de cárcel o destierro, simplemente por haber sido soldados del Ejército de la República, la situación ya se transformaba en dramática y trágica a la vez.
Pero como por desgracia todos sabemos desde edad temprana, la “Vieja de la Guadaña” no perdona y contribuye con todo su empeño a que se haga realidad la inapelable sentencia bíblica de "Polvus eris et in polvus reverteris" (Polvo eres y en polvo te convertirás). Camilo José Cela en algunas de sus conocidas novelas (no recuerdo si en " La colmena" o en " La familia de Pascual Duarte") ponía en boca de uno de sus personajes las siguientes o parecidas palabras: La muerte llama, uno a uno a todos los hombres y a las mujeres todos, sin olvidarse de uno solo-!Dios que fatal memoria!-, y los que por ahora nos vamos librando, saltando de bache en bache como mariposas o gacelas, jamas llegamos a creer que lo mismo sucederá con nosotros y que, algún día, experimentaremos como se cumple ese cruel designio. 

Otra vez, cuando llegue la próxima primavera y podamos constatar como esas plantas de zumaque comienzan a crecer pausadamente nos podremos hacer la pregunta que se hacía el catedrático de economía y novelista, ya fallecido, José Luis Sampedro: “¿Por qué, por qué los árboles tienen tantas primaveras en su vida y el hombre sólo una? ¿Por qué esa única primavera humana les es destrozada y arrebatada a tantos?”
Igualmente, no nos vendría mal recordar algo que nuestro vecino de la cercana Úbeda, Antonio Muñoz Molina, escribía hace unos meses: La muerte de alguien cercano empuja el tiempo de nuestra vida hacia el pasado. Cuando uno va cumpliendo años, el pasado de los que se han ido empieza a ser el nuestro. Con cada muerte sucesiva una parte de nuestra propia vida se va quedando más lejos, y uno descubre con gradual estupor que tiene recuerdos muy claros de cosas que para muchos otros, más jóvenes que nosotros, esos recuerdos están al otro lado de la frontera de su nacimiento”.
Gustavo Adolfo Bécquer, en una de sus “Rimas”, concretamente en la LXXIII, utiliza un estribillo bastante citado y el cual voy a transcribir utilizando una de las estrofas que componen esa Rima:

“De la alta campana 
 la lengua de hierro 
 le dio volteando 
 su adiós lastimero.
El luto en las ropas, 
 amigos y deudos 
 cruzaron en fila 
 formando el cortejo.
¡Dios mío, qué solos 
                    se quedan los muertos.” (Estribillo)





El poeta murió muy joven, solo tenía treinta y cuatro años, quizás si hubiera vivido algunos años más ese estribillo lo hubiera cambiado y nos habría dejado este otro:



¡Dios mío qué solos 
 se quedan los vivos!






PD: Desde que era muy joven, cada vez que bajaba al cementerio para acompañar a los familiares y amigos dolientes, oía muchas veces decir a las personas que por entonces yo veía como mayores exclamar esta frase: ¡Tengo más conocidos aquí que en el pueblo!. Desgraciadamente desde hace unos años a mí, ya me ocurre lo mismo.










Bonito Rincón.


Bonito Rincón.


Con estas Bonitas fotos y este gran escrito dejamos el parque y continuamos para Cánava, muchas gracias Juani y  Luis, a ella por el detalle de cojer la maquina y hacer estas bonitas fotos  y a Luis por ese gran escrito, como siempre quedo redondo es una delicia el trabajar con vosotros.




Con esta primera parte y como siempre he de daros las
 gracias a todos vosotros, sobre todo a unos por seguirme, 
 a otros por ayudarme en esta entrada, jamás cuando empecé
esta aventura pensé que en menos de dos años este
 modesto blog tuviese más de 17.800 visitas 
y una media de 90 visitas día en este
 último mes.
Espero que os guste

3 comentarios:

  1. Me ha encantado volver a leer a nuestro amigo Luis Marin que como siempre plasma con sencillez y claridad sus vivencias que en muchas ocasiones son nuestras vivencias.Gracias Luis por tu relato y gracias a Juani y a ti Juan por las fotos y por tu trabajo en el blog.

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  2. Ángel contar con personas como vosotros, es una divinidad, tengo que decir a día de hoy que vuestra ayuda no tiene precio eso si el glog tiene un apartado que dice miembros y está un poco vació, toma nota.

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  3. Bonitas las fotos y el relato.Sañudos.

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